MEÑIQUE

En un lejano país. vivía un pobre campesino que tenía tres hijos: Pedro, Pablo y Juan.

Pedro, el mayor, era grande, gordo y poco inteligente; pablo, el mediano, era delgado y enfermizo, y tampoco era muy listo; sin embargo, Juan, el pequeño, era muy vivo e inquieto. Dado su pequeño tamaño, le llamaron Meñique.

El pobre campesino, no podía alimentar a sus hijos y se vio en la necesidad de decirles que se marcharan de casa a recorrer el mundo, en busca de fortuna.

Una mañana, llorando de pena, los besó en la frente y los despidió.

Pedro, Pablo y Juan caminaron durante varios días y al fin llegaron cerca de un extraño palacio, rodeado de grande árboles.

El palácio era sombrío y pertenecía a un rey que tenía una extraña historia. Se decía que, por arte de encantamiento, había crecido frente a la puerta de su casa un roble enorme que lo oscurecía todo con sus frondosas ramas, pero como estaba encantado, nadie lo podía cortar.

En las habitaciones de palacio no había agua, y cada vez que se había intentado abrir pozos para obtenerla, palas y picos se habían doblado contra el duro suelo de granito.

Deseoso de que la luz y el agua entrasen en su palacio, el rey prometió la mitad de sus riquezas y la mano de su hija primogénita a quien cortase el árbol y abriese un pozo.

Los tres hermanos contemplaron el palacio durante un largo rato: Pedro, por pura casualidad; Pablo, envidiando a los pájaros que tenían libertad y no necesitaban preocuparse por conseguir alimentos; Meñique lo observaba intentando orientarse. De repente, oyó crujir un árbol y al acercarse, vio que un hacha misteriosa descargaba golpes sobre el tronco.

-¿Que te ocurre?- exclamó Meñique. El hacha contestó con voz muy tenue.

-Estoy aburrida de cortar árboles y quisiera irme contigo, para serte útil-.

Meñique cogió el hacha y la escondió bajo su capa.

Más tarde, también lejos de sus hermanos, oyó un extraño ruido y se internó en el bosque. Vio que lo producía el agua de un río. Meñique siguió su cauce y quedó sorprendido al ver que el río brotaba de una cáscara de nuez.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó -Alimento este río- respondió la cáscara- pero, llévame contigo y te seré útil.

Meñique se metió la cáscara de nuez en el bolsillo.

El muchacho se alejó por tercera vez de sus hermanos al oír un nuevo y extraño sonido, que despertó su curiosidad. Entró en el bosque y, después de caminar largo rato, llegó al pie de una montaña. allí un pico golpeaba duramente la roca.

-¿Qué estás haciendo- preguntó Meñique.

-Ya lo ves- respondió el pico, -me veo obligado a abrir pozos en a roca, pero aquí me siento solo y estoy muy triste.¡Llévame contigo!

Meñique cogió el pico y con él en la mano, el hacha bajo la capa y la cáscara de nuez en el bolsillo se fue al lado de sus hermanos. Caminaron una hora más y llegaron a la puerta del palacio.

El pequeño corrió a presentarse ante el rey, y le comunicó que estaba dispuesto a deshacerse para siempre del árbol que tanto le incomodaba y abrir un pozo.

-¿Sabes que te castigaré si fracasas?- Dijo el monarca.

-Sí, majestad,- repuso Meñique -pero quiero casarme con la princesa-

Todos se rieron del insignificante Meñique, que se puso manos a la obra de inmediato.

Gracias al hacha encantada, logró en pocos momentos derrumbar el árbol, despés, con el pico, hizo un profundo pozo del que no manaba ni na gota de agua. A continuación, Meñique sacó la cáscara de nuez del bolsillo y la puso en el fondo del pozo. El agua comenzó a brotar a raudales.

Y de esta manera la alegría y la felicidad volvieron al palacio antes sombrío, y que ahora recibía la luz del Sol y la frescura del abundante manantial.

La hermosa princesa, asomada a uno de los balcones, había contemplado la gracia, el valor y la inteligencia de Meñique. Como era una joven muy decidida, se acercó a su padre y le pidió que cumpliera su promesa.

La felicidad inundó el castillo. A los pocos días se celebró la boda de Meñique y la hija del rey.