PINOCHO

Había una vez un anciano carpintero que tallaba con entusiasmo un leño que, poco a poco, iba tomando la forma de un gracioso muñeco.

Al acabar el día, el viejecito, llamado Gepetto, había terminado su obra y, asombrado, se quedó mirándola un buen rato. le pareció tan bonita que exclamó:

-Pareces un chico guapo y simpático. Te llamaré Pinocho y te querré como si fueses hijo mío-.

El buen Gepetto, muy cansado, sonrió al muñeco, apagó la luz y se fue a dormir.

Juan Grillo, un gracioso personaje que siempre lleva un frac y una chistera de charol, y que era amigo de todas las hadas del bosque, observaba al muñeco desde un rincón cuando, de pronto, un extraño fulgor iluminó el taller de Gepetto: se trataba del Hada Azul, la amiga de los niños. Miró a Pinocho y lo vio tan perfecto y gracioso que lo tocó con su varita mágica y le dio vida.

Cuando a la mañana siguiente, el viejo carpintero despertó y vio que su muñeco hablaba y  se movía como un niño de verdad, se sintió muy felíz. Le dio un beso y decidió mandarlo al colegio para que aprendiese a leer y a escribir, como los demás niños.

Un buen día, Pinocho se dirigía al colegio y en el camino lo detuvieron dos pillos, el Gato y la Zorra, que comenzaron a contarle historias y mentiras, hasta que le convencieron de que era mejor y más lucrativo que estudiar, el ser payaso y trabajar en un circo haciendo divertir a la gente. Así que poco después Pinocho se vio en la pista de un bullicioso circo, provocando la risa del público con su hablar entrecortado y su larga nariz roja.

Al terminar la función, Pinocho quiso regresar a su casa, pero el dueño del circo se lo prohibió: el Gato y la Zorra habían vendido al pobre Pinocho como si fuera un vulgar muñeco.

Pero Pinocho lloró tanto que el dueño del circo se conmovió y le permitió marcharse, recomendándole que obedciera siempre a su padre.

Pinocho se secó las lagrimas y regresaba feliz a casa cuando vio que por el camino se acercaba un coche lleno de niños.

-¿A donde vais?- preguntó Pinocho, intrigado.

-Al pais de los juguetes- contestaron los niños- Alí se pasa muy bien y no hay que ir al colegio. ¡Vente con nosotros!-

Pinocho sin dudarlo un instante, subió al coche, que rápidamente los llevó al País de los Juguetes. Una vez allí, todos se instalaron en unas casitas preciosas.

Pinocho jugó todo lo que quiso, pero por la mañana, al despertarse, todos los niños empezaron a reírse de él pues, por desobediente, le habían crecido dos enormes orejas de burro.

Pinocho lloró y arrepentido, llamó a su amigo Juan Grillo para pedirle que le llevara de vuelta a casa. Quería pedirle perdón a su padre y volver al colegio.

Al atardecer de ese mismo día llegó a su casa, pero entonces se enteró de que Gepetto había salido en su busca hasta llegar al mar, y allí al pobre carpintero se lo había tragado una ballena.

Juan Grillo consoló a Pinocho y le dijo que le ayudaría a buscar a su padre. Consiguieron una barca y juntos navegaron por el inmenso mar azul hasta que hallaron sobre una roca a una ballena que dormía con la boca abierta.

Pinocho y Juan Grillo se metieron con mucho cuidado a través de la enorme garganta del animal y sacaron al viejo Gepetto, tirando de él.

Padre e hijo se abrazaron co cariño, volvieron a la barca y remando, remando, ayudados por Juan Grillo, volvieron a su casa.

Pinocho y Gepetto estaban por fin juntos, secando la ropa al calor de la lumbre, y apareció el Hada Azul. con una sonrisa en los labios, tocó con su varita a Pinocho y le dijo:

-Quiero premiar tu bondad, y desde hoy serás un niño igual que los demás-.

Y así fue cómo le desaparecieron aquellas enormes orejas de buro de la cabeza y la larga nariz roja.

Pinocho se convirtió en un niño muy bueno, que siempre obedecía a su anciano padre.