ROSAFLOR

Érase una vez una niña enamorada de las flores y de las mariposas. La muchacha al nacer, era tan pequeña y bonita como una preciosa muñequita.

Tenía el color de las rosas en las mejillas y en los ojos, el verde de las esmeraldas.

Por ser tan linda la llamaron Rosaflor.

Rosaflor vivía en el campo, en una casita pequeña y blanca. Su cuna era una cáscara de nuez y por colchón tenía una hojita de violeta y, por cobertor, un pétalo de azucena.

Todos los días jugaba con las flores del huerto y navegaba por la alberca sobre una guirnalda de juncos. El agua con su movimiento acariciaba a las margaritas de la orilla, que se inclinaban graciosamente para mirarla.

Por las noches, tras escuchar el canto de los grillos, se dormía en su cáscara de nuez y la Luna alumbraba su blanca carita.

Cierta noche, un sapo vio dormida a Rosaflor y se enamoró de la niña. La estuvo contemplando hora tras hora, hasta que al amanecer, la muchacha se despertó y al ir a bañarse en la alberca, el sapo le dijo:

-¿Quieres venir conmigo? Estoy enamorado de ti.

La niña no supo que contestar.

El Sol ya alumbraba la mañana y una mariposa roja, blanca y azul, se acercó a la balsa de Rosaflor y cogió con sus patitas un hilo de junco. Llevó a la niña, navegando por un arroyo, hasta un gran río donde los álamos eran gigantes y las flores muy perfumadas.

-¿Quieres que te lleve más lejos?- Le preguntó la mariposa.

Y Rosaflor respondió:

-No! quiero quedarme aquí. me encantan las flores de este río y el reflejo de sus aguas-.

La mariposa ató la balsa de Rosaflor a la orilla y volando sobre el viento, subió al cielo.

Rosaflor, la vio alejarse y tuvo envidia de sus alas tan gráciles y bellas.

Llegó la noche. Sobre el río se dibujaban gigantescas las sombras de las flores. Comenzaron a croar las ranas y a cantar los grillos, y Rosaflor tuvo miedo.

Un topo, magníficamente vestido de terciopelo negro, se asomó a la orilla y preguntó a Rosaflor:

-¿Qué haces ahí tan sola?-

-No conozco a nadie en este río - dijo Rosaflor.

-Y piensas pasar la noche en esos juncos? Te helarás de frío-.

-No se a donde ir-.

Y una lágrima asomó a sus verdes ojos.

-Yo quiero ser tu amigo y te ofrezco mi casa- dijo el topo.-Tengo un palacio muy grande con galerías muy largas y un saloncito de mármol para ti.

-Gracias- dijo Rosaflor. Y se fue al palacio del elegante señor topo.

Cuando amaneció, Rosaflor no vio la luz del día y se puso muy triste. Encendió una lámpara y caminó por las galerías del oscuro palacio en busca de un rayo de Sol. En el lugar más apartado se encontró con una golondrina que yacía aterida de frío en la húmeda tierra.

-¡Golondrina, golondrina, estás muerta de frío!- dijo Rosaflor.

Y con el calor de su lámpara y de sus tiernas manos, Rosaflor calentó a la pobre golondrina que, por fin, abrió los ojos.

-Dime qué te ha pasado golondrina-

-Volaba hacia Egipto junto con mis compañeras, cuando una granizada me detuvo en los álamos. Las plumas se me mojaron, comencé a temblar y caí al suelo.

El señor topo me dio cobijo en su galería para que no me mojase más-.

-Pobre golondrina1 Yo te daré calor en mi corazón-.

-¿Y tú, quien eres?- preguntó la golondrina, alzándose sobre sus patas de coral.

-Yo soy Rosaflor, amiga de las violetas, de las mariposas y de los lirios... y ahora también soy amiga tuya, porque sé que eres buena y vas siempre volando hacia la Primavera-.

Y la golondrina y Rosaflor se acercaron a la puerta del palacio del señor topo, descorrieron su cortina verde y vieron brillar el Sol, que asomaba entre las nubes.

-Anda, súbete sobre mis alas, que yo te llevaré a una eterna Primavera-.

Rosaflor montó sobre la golondrina, que agitó las alas y se elevó por los aires del cielo.

Rosaflor miró a la tierra, cada vez más lejana, y allí abajo vio al señor topo y a su mujer. Les dijo adiós, mientras los pobres topos miraban extrañados, sin comprender su alegría.

Rosaflor soñaba con ver la mariposa del cielo y las eternas rosas de pétalos rojos y blancos que crecían a las orillas del Nilo.