EL HUESO DE  LA CEREZA

Por una senda caminaba un muchacho comiendo una cereza.

Al terminarla, tiró el hueso, pero un anciano que le seguía lo recogió y lo enterró en el suelo más fértil del borde del camino.

El muchacho no dudó en burlarse de él.

Tiempo después, cuando el joven paseaba por la misma senda, pudo comprobar que el hueso se había convertido en un joven árbol frutal.

El anciano, a su lado, lo regaba.

-¡Qué trabajo inútil!- volvió a burlarse el muchacho.

Pasaron los años y el joven, hecho ya un hombre, pasó por el sendero. Llevaba la boca seca por el calor cuando se encontró con un hermoso árbol colmado de cerezas.

¡Ellas apagaron su sed!

Entonces comprendió que el viejo no había merecido su burla y que se había comportado como un necio.

"Las buenas acciones pueden ser como los árboles: tardan años en dar su fruto"

(Berauger)