En la misteriosa India. Un tibio y anaranjado atardecer. Las golondrinas trazaban arabescos sobre el firmamento ilimitado.
Un sabio abuelo caminaba feliz junto a su nieto. Era un niño vivaz y despierto, lleno de inquietudes espirituales, ávido de respuestas.
-Abuelo- dijo quebrando el perfecto silencio de la tarde- -Quiero preguntarte algo: Cuando el cuerpo muere, ¿Qué sucede?-
-El cuerpo muere, pero el Ser nunca muere. Él es el Ser de todo el Universo. Es la esencia sutil de todo lo existente.
-¡Oh, abuelo!- se exclamó el muchachito. -No termino de entenderte. ¿Podrías explicármelo mejor?-
El abuelo dijo:
-Coge un fruto de aquel castaño y tráemelo.-
El niño, presuroso, cogió una castaña y la mantuvo entre sus manos.
-Quítale la cáscara- dijo el abuelo, -y dime que ves.-
-El fruto.-
-Abre el fruto. ¿Qué ves?-
-Granos- dijo el niño.
-Abre un grano. ¿Qué ves?-
-Minúsculos granitos.-
-Abre uno. ¿Qué ves?-
-Nada, querido abuelo, nada.-
Y el abuelo le contestó:
-Esa esencia sutil que tú no ves, es el Ser. Mantiene en pie al gran árbol. Nos mantiene vivos a ti y a mí. Hace que el río fluya y el fuego arda. Anima todos los vastos espacios. Tú mi querido nieto, no ves esa esencia sutil, pero... está ahí. Ella respira en ti... Piensa en ti... Habla en ti...-
El niño, satisfecho, se cogió a la mano temblorosa y envejecida de su querido abuelo. Caminando apaciblemente, se fundieron con el horizonte.