EL DÍA DEL SEÑOR

Había una vez en un pueblo muy pequeño, tres amigos: un musulmán, un judío y un cristiano, que cautivaban parcelas colindantes.

Para el musulmán, el Día del Señor era el viernes, para el judío, el sábado y para el cristiano, el día de reposo no era ni el viernes ni el sábado, sino el domingo.

Un viernes de Otoño, a mediodía, el judío y el cristiano terminaron de arar sus tierras. Mientras almorzaba, el cristiano se dio cuenta de que la parcela de su compañero el musulmán todavía no había sido arada.

-Si no la labra hoy- pensó, -y además llueve mañana, se le estragará la cosecha. Si le echo una mano, le facilitaré la tarea-.

Y eso hizo. Pero no sería el único, pues eso mismo pensó el judío al ver la parcela del musulmán. Sin consultarse, los dos hombres araron el terreno de su vecino.

Al siguiente día, cuando el musulmán vio que su finca estaba labrada, se alegró muchísimo.

-Sin duda, Dios ha enviado a sus ángeles a arar mi finca durante mi día de reposo- se dijo a sí mismo.

Meses después, cuando llegó el tiempo de la cosecha, las fincas de los tres vecinos florecieron.

Un domingo, mientras el judío y el musulmán, cosechaban, el cristiano disfrutaba de su día de descanso.

Tras recolectar el trigo, el judío se dio cuenta de que la finca de su amigo, el cristiano, estaba lista para la cosecha.

-Si no la recolecto hoy, perderá parte de su maíz- pensó. -Se lo recogeré antes de que anochezca-.

Y eso hizo. Pero no sería el único. Curiosamente, el musulmán tuvo la misma idea, con lo cual ambos, cada uno por su parte, cosecharon la finca de su vecino, el cristiano. Entre los dos la recolectaron enterita.

El lunes, cuando el cristiano fue a su parcela, vio que su maizal había sido cosechado y que ya no le quedaba trabajo para hacer.

-Es un milagro- pensó. –Mientras yo descansaba, los ángeles de Dios han cosechado mi finca-.

Un sábado durante la temporada de la trilla, el musulmán y el cristiano trabajaban en el campo mientras que su amigo el judío descansaba en casa. Al terminar de desgranar su cosecha, el musulmán echó un vistazo a la parcela de al lado y pensó:

-Si mi vecino judío no trilla el cereal hoy, la lluvia lo pudrirá y perderá su cosecha. Se lo trillaré esta tarde-.

Y eso hizo. Pero no sería el único. Curiosamente, el amigo cristiano tuvo la misma idea. Por separado, los dos hombres trillaron, agavillaron y guardaron la cosecha del judío.

Al día siguiente, transcurrido ya el sábado, el granjero judío descubrió que su maíz había sido cosechado y almacenado. Al verlo, lanzó una mirada al cielo y rezó:

-Santo eres Tú Señor del Universo, por mandarme tus ángeles mientras yo observaba el día de descanso-.