EL REY MENDIGO

Érase una vez un rey que no tenía hijos y que deseaba con todas sus fuerzas un heredero que le sucediese en el trono.

Así que puso un anuncio en el que invitaba a todo joven a que rellenara la solicitud para convertirse en hijo adoptivo de la familia real y futuro heredero del trono.

El único requisito que debían cumplir los pretendientes era mostrar Amor a Dios y al prójimo.

Un joven campesino, de familia humilde, vio el anuncio y pensó que no tendría ninguna posibilidad de convertirse en hijo adoptivo del rey debido a los harapos que vestía. Lo que hizo fue trabajar noche y día hasta que reunió suficiente dinero para comprarse ropa nueva.

Embutido en su traje nuevo, el joven, emprendió rumbo a palacio, dispuesto a convertirse en el nuevo heredero del trono.

En su camino hacia palacio, el muchacho se topó con un pobre mendigo que estaba tiritando de frío. El muchacho sintió tanta pena al verle, que decidió cederle su ropa y quedarse con sus harapos.

Vestido nuevamente de harapos, el muchacho pensó que ya no tenía sentido presentarse ante el rey. Sin embargo, puesto que había llegado hasta allí, decidió acercarse al palacio para echarle un vistazo desde fuera.

Al llegar a las puertas de palacio, un grupo de cortesanos del rey se rieron a carcajadas al verle, haciendo evidentes muestras de desprecio hacia el pobre muchacho.

A pesar de su indumentaria, le dejaron pasar a ver al rey.

Nada más ver al rey, el muchacho pensó que había algo en él que le resultaba enormemente familiar. Al principio, no sabía lo que era ni por qué se encontraba tan a gusto en su presencia. Después, se dio cuenta de que el rey llevaba la ropa que él le había regalado al viejo mendigo sólo unas horas antes.

El rey se bajó del trono y se fundió en un abrazo con el joven.

-Bienvenido seas, hijo mío- le dijo.