LA MONEDA SALTARINA

Había una vez un viejo sabio que tenía una moneda de oro.

Un día, mientras miraba la moneda y admiraba su belleza, le vino un pensamiento a la cabeza:

-No está bien que sea yo la única persona que pueda disfrutar de esta moneda de oro- se dijo a sí mismo. -¿De qué me sirve si no puedo compartirla?-

Y acto seguido el sabio salió a la calle. En su paseo... vio a una niña que pasaba por allí, conversó un ratito con ella  y... le dio la moneda.

La niña como es de imaginar, no daba crédito a su buena suerte, y era incapaz de apartar la vista de la reluciente moneda. Con la mirada aún en ella prendida, inmediatamente pensó:

-Se la daré a mamá. La pobre necesita tantas cosas… Y seguro que esta moneda la hace muy feliz.-

Y la madre, claro está, se emocionó al recibir el regalo de su hija.

 Sin duda era la solución a muchos de los problemas de su familia. Se puso entonces a pensar en cómo podía gastar el dinero y qué debía comprar primero.

Mientras reflexionaba, alguien llamó a su puerta. Era un mendigo de la calle.

-Pobre hombre- pensó al verlo, -el pobrecito no tiene nada… Y nosotros... a pesar de las dificultades, tenemos para salir adelante.-

Así que le entregó la moneda, y el mendigo... casi se quedó sin habla.

-Con esta moneda podré comprar comida todo el mes- se dijo a sí mismo.

Por fin tranquilo, el mendigo volvió al túnel donde pasaba la noche y se percató de que había llegado un nuevo inquilino. Se trataba de un hombre ciego y minusválido.

-Supongo que él la necesita más que yo, al fin y al cabo... yo puedo ver y puedo andar... - pensó el mendigo, que puso de inmediato la moneda entre las frías manos del recién llegado.

Esa noche, un hombre, "que era viejo y sabio", pasó por aquel tenebroso túnel.

Al ver al mendigo ciego y minusválido, se acercó a él. Era la primera persona que en mucho tiempo le dirigía la palabra.

Al cabo de un rato, el viejo sabio puso su brazo alrededor de los hombros del mendigo.

-No tengo nada para darte… pero puedo ofrecerte mi amistad- le susurró el hombre al oído.

Entonces una lágrima se deslizó por la mejilla del pobre ciego.

-¿Cómo puedo darte las gracias por tu amabilidad, por convertir una oscura noche en un luminoso amanecer?-

Dicho esto, se llevó la mano temblorosa al bolsillo y sacó la moneda de oro.

-Gracias por darme cariño-

Fueron las palabras del mendigo al entregar la moneda a su nuevo amigo.

Y así... es como de nuevo... la moneda volvió a las manos del viejo sabio.