HISTORIA DEL BUEY Y LA MULA DE BELÉN

Dicen que:

Hace muchos, muchos años, un campesino tenía un buey y una mula  muy viejos y enfermos. (La vida había sido dura con ellos, pues  habían trabajado duramente, llevando mucha carga). 

Ya casi no podían ni andar, y ya no servían para el trabajo en el campo.

El campesino, les tenía mucho cariño y le hubiera gustado que muriesen de muerte natural, pero... los animales, se consumían día a día, y esto le hacía sufrir.

Después de mucho pensar, llegó al convencimiento de que tenía que sacrificarlos para que no sufrieran más.

Cuando tomó la decisión, se sintió muy mal y no consiguió dormir en muchas noches, pero… no tenía otra solución, era lo mejor  para ellos.

Una noche, el buey y la mula notaron que había algo raro en el ambiente. Movían inquietos sus osamentas sin poder dormir.

Pasada la media noche, sintieron un viento extraño, y de repente… notaron que una mano invisible los conducía por un estrecho camino hacia un establo.

Se decían entre sí:

-«¿Qué nos obligarán a hacer en esta noche tan fría? Si ya no tenemos fuerzas  para nada»-.

Fueron sutilmente conducidos a un establo, donde había una lucecita trémula y un pesebre.

Pensaban que irían a comer un poco de Heno, pero… quedaron maravillados cuando vieron que allí dentro, sobre unas pajas, tiritando, había un hermoso recién nacido.

Un hombre inclinado, José, procuraba calentar al Niño con su aliento.

El buey y la mula comprendieron inmediatamente.

¡Debían calentar al Niño también con su aliento!

Cuidadosamente acercaron sus hocicos a aquel precioso recién nacido.

Cuando percibieron la belleza del Niño, sus viejos esqueletos se estremecieron de emoción, y sintieron un fuerte vigor interno.

Con sus hocicos bien cerca del Niño, empezaron a respirar lentamente sobre Él, y así le fueron dando calor.

De repente, el Niño abrió los ojos... 

 -¡Ay! «Ahora va a llorar»-, dijo la mula al buey, -« ya verás como le asustaron nuestros feos hocicos»-.

El Niño, por el contrario, los miró amorosamente y extendió su pequeña manita para acariciarlos. Y... seguía sonriendo.

-«El niño ríe»-, dijo José a María. -«No para de reír». «Debe ser que le hizo gracia el hocico del buey y la mula»-.

María sonrió y quedó callada.

Acostumbraba a guardar todas las cosas en su corazón, y sabía que era un milagro de su divino Niño. Él había hecho llegar hasta allí a aquellos viejos animales.

El hecho es, que los propios animales, se sintieron muy alegres. Nadie les había reconocido nunca, ningún mérito en la vida y he aquí, que estaban dando calor a aquel hermoso Niño.

Por la mañana, cuando el Sol ya calentaba, volvieron a su establo, y en su recorrido, notaron que otros burros y bueyes, los miraban con un aire de admiración.

 Ellos se sentían tan felices, que al divisar su casa, echaron a correr al galope. En ese momento... se dieron cuenta... que estaban realmente llenos de vitalidad.

Cuando su dueño, los fue a buscar… Ellos lo miraron compungidos, como diciendo:

-«¡Déjanos vivir un poco más!»-

El campesino los miró sorprendido y dijo:

-«¿Pero... son éstos mis viejos animales? ¿Cómo es que están tan vigorosos, con la piel lisa y brillante y las patas firmes y fuertes?»-

Y dejó que se quedaran, olvidando la idea que tanto le apenaba.

Durante años y años, sirvieron fielmente a su dueño. Pero él, siempre se preguntaba:

-«Dios mío, ¿Quién trasformó de repente en jóvenes y robustos a la mula y al buey tan viejecitos como eran?»-

Los niños, que saben del Niño Jesús, pueden dar la respuesta.

Y tú, si eres adulto… también tienes la respuesta verdad?

Pues… con el Niño, el buey y la mula… os deseo…

 ¡FELIZ NAVIDAD!

 

 

 

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