EL PÁJARO BAILARÍN

Había una vez un estudiante tremendamente pobre. Era un chico muy listo, además de un poeta y artista de enorme talento, pero el pobre no tenía donde caerse muerto.

Por las noches solía acudir al bar de un amigo suyo, que le daba té caliente y algo para comer. El muchacho pasaba horas y horas sentado al lado de la chimenea, dibujando o escribiendo.

 Una noche el estudiante fue al bar, como era costumbre, pero esta vez no se sentó al lado de la chimenea. Se quedó de pie y sacó una tiza del bolsillo. A continuación empezó a pintar un hermoso pájaro de cuello alargado y grandes alas sobre la pared.

El dueño del bar y el resto de los clientes le observaban maravillados mientras dibujaba tan majestuosa criatura. Era tan real, que parecía que iba a alzarse en vuelo de un momento a otro.

Una vez finalizado el dibujo, el estudiante se giró y dijo al dueño:

-Has sido tan bueno conmigo todos estos años, dejando que me sentara a dibujar y dándome té caliente, que me siento en la obligación de darte algo a cambio. Como muestra de mi agradecimiento, te he dibujado este pájaro.

Se trata de un pájaro mágico. Si das tres palmadas empezará a bailar para ti. Pero ojo, pues sólo baila una vez al día. Si le pides que dance más de una vez, se echará a volar y no volverás a verlo-.

Y dicho esto, el estudiante dio tres palmadas. Al momento el pájaro se apartó del muro y deleitó a los allí presentes con una atractiva danza. Todos observaron el espectáculo boquiabiertos. Una vez finalizado su número de baile, el pájaro volvió a fundirse con la pintura de la pared.

Enseguida se corrió la voz y el local empezó a llenarse de curiosos que querían ver bailar al pájaro.

A pesar del enorme interés que suscitaba el animal, el dueño no se olvidó de la advertencia del estudiante, y nunca le hizo danzar más de una vez al día.

Una noche, un millonario del pueblo fue al local. Era un hombre desagradable y cruel, y nadie se fiaba de él. Como tantos otros, había oído hablar del baile del pájaro y quería verlo.

Pero... para cuando el potentado llegó al bar, el pájaro ya había bailado.

El rico insistió, pero el dueño le dijo que había llegado demasiado tarde y que tendría que esperar al día siguiente.

A pesar de la insistencia del millonario, el dueño del local se mantuvo firme. Sin embargo, llegó un momento en que el ricachón, visiblemente enojado, arrojó una bolsa de oro sobre el mostrador y exclamó:

-¡He dicho que quiero verlo bailar y no me iré de aquí sin conseguirlo!-

¿Y cómo resistir ante semejante energúmeno?

Al final, a pesar de los pesares, el tabernero dio tres palmadas.

Al oírlas, el pájaro se despegó de la pared, muy despacio esta vez, y con la cabeza colgando hacia un lado.

Bailar, lo que se dice bailar, sí que bailó, pero... fue una danza tan sumamente triste que todos acabaron llorando desconsoladamente.

Al terminar el baile, se abrió la puerta del local y entró el estudiante. Sin mediar palabra, levantó el pájaro moribundo, se lo cargó encima y salió del bar.

Ésa fue la última vez que vieron al pájaro y al estudiante en el pueblo.