POR UN PUÑADO DE TIERRA

Érase una vez un anciano que había pasado su larga vida en una isla paradisíaca. La verdad es que sentía auténtica veneración por su tierra natal, pues en ella habían criado a los suyos.

Durante generaciones, su familia había vivido feliz en aquel lugar.

Cuando el anciano, ya en cama, sintió que le quedaban pocos días de vida, pidió a sus hijos que le sacaran a ver la luz del día por última vez. Una vez fuera, se puso de rodillas y tomó entre sus manos un puñado de tierra, que agarró firmemente entre sus dedos.

Poco después, el anciano falleció.

En las puertas del Cielo, los ángeles le dieron una calurosa bienvenida.

-Has llevado una vida admirable- le dijeron. -Bienvenido seas al reino de Dios-.

Cuando el anciano estaba a punto de cruzar el umbral que le llevaría al reino divino, un ángel le dijo amablemente:

-Antes de entrar, debes desprenderte de ese puñado de tierra-.

-No... No puedo hacerlo- contestó el anciano alarmado. -Es un puñado de mi tierra natal, de la hermosa isla que me vio nacer y morir y que tantas alegrías me dio-.

Los ángeles, visiblemente apenados, volvieron al Cielo y dejaron al anciano merodeando a las puertas del paraíso.

Pasaron los años y los ángeles salieron a buscar al anciano. Le llevaron un apetitoso bocado del banquete que estaban celebrando en el Cielo. Mientras departían amablemente con él, trataron por todos los medios de convencerle para que se deshiciera de la tierra y entrara con ellos.

El anciano deseaba con todo su corazón entrar en el Cielo, pero no era capaz de desprenderse del puñado de tierra.

Una vez más, los ángeles regresaron al paraíso dejando al anciano fuera.

Pasaron muchos más años, hasta que un día los ángeles abrieron las puertas, esta vez para dar la bienvenida a una de las nietas del anciano, que acababa de fallecer tras una larga y feliz vida. La nieta se alegró muchísimo de ver a su abuelo.

-Abuelo, ¡Qué alegría verte! Ven conmigo y con los ángeles al reino de Dios. Te queremos muchísimo y deseamos que te unas a nosotros en nuestro viaje eterno.

El anciano, entusiasmado al ver a su nieta, corrió a abrazarla. Al hacerlo, la tierra se le escurrió entre los dedos.

Encantados por lo ocurrido, los ángeles guiaron al anciano hasta el paraíso.

Una vez dentro, lo primero que vio el anciano fue su querida tierra natal, que le esperaba para darle la bienvenida.