Era un discípulo muy holgazán. Dejaba todo el trabajo en manos de su maestro, aunque éste muchas veces le había dicho que el discípulo tiene que desarrollar el esfuerzo correcto y que nadie puede liberarse por otro. Pero el discípulo prefería escuchar las enseñanzas del maestro y no llevar a cabo ninguna práctica para el desarrollo de sí mismo. Se engañaba pensando que con recibir las enseñanzas sería más que suficiente. El tiempo iba transcurriendo y él no obtenía ningún logro espiritual. Cada vez estaba más lejos de alcanzar la paz interior. Un día, se dirigió al maestro y se lamentó así: -Eres muy buen maestro, tal vez…- ironizó, -pero no avanzo gran cosa en tus enseñanzas.- -Eso tiene remedio- dijo el maestro pacientemente. –Toma este grano de arroz y plántalo en tierra fértil y espera que dé brote. Entonces yo haré el trabajo por ti y liberaré tu mente de ataduras.- Pasó el tiempo… mucho tiempo. A una estación siguió otra y así sucesivamente. Pero... el grano de arroz no echaba brote. Desesperado de tanto esperar, el discípulo fue ante el maestro y le dijo: -Elegí una tierra muy fértil, la he regado y también ha llovido adecuadamente. Es inexplicable que el grano no eche brote.- El maestro se rió y preguntó: -¿Sabes por qué? ¿Sabes por qué el grano de arroz no brota?- -¡No!- contestó desanimado el discípulo. -Pues voy a decírtelo: Porque... se trataba de un grano de arroz cocido.-
Aunque se trate de las más solventes enseñanzas y sean impartidas por el mejor maestro... si el que las escucha no las pone en práctica y se esfuerza en seguir la enseñanza... no habrá la menor evolución interior. |