La estrella que se equivocó  

(Cuento Hainán)

Hubo una época en la que el mundo era muy joven, y en la Tierra vivían los primeros hombres. Las cosechas eran escasas, tanto, que el alimento no alcanzaba para todos.

 Al ver esta situación, el gran Dios envió a la Tierra a una de las estrellas del Cielo, para decirles a los hombres que debían hacer sólo una comida cada tres días, aunque podían tomar algún bocado entre una comida y otra.

Lamentablemente, la estrella enviada no era muy inteligente y les dijo a los hombres que podían tomar tres buenas comidas al día y algún bocado entre una y otra.

Cuando el gran Dios del Cielo se dio cuenta de que su mensajero había cumplido tan mal la misión que le había encomendado, y que a causa de ello aún había menos comida a repartir, se enfadó muchísimo y le dijo a la estrella:

-Ya que has dado a los hombres un consejo tan equivocado será mejor que vayas a la Tierra a solucionar las cosas. Te convertirás en sirviente de los hombres y les ayudarás a cultivar el campo, de modo que, sus cosechas produzcan lo suficiente para poder comer tres veces al día y tomar algún bocado entre una comida y otra tal como les dijiste.-

Con gran tristeza, la estrella descendió a la Tierra, y ella y sus descendientes fueron desde aquel momento servidores de los hombres.

Nadie sabe si la estrella tuvo que quedarse para siempre en la Tierra, pero lo que sí se sabe es que, gracias a ella, el pastorcito conoció a la tejedora, una muchacha celestial.

El joven pastor era muy trabajador y honesto, y por ello todo el mundo le tenía gran aprecio. Al morir sus padres, sus dos hermanos mayores decidieron repartir la propiedad y seguir cada uno su propio camino.

Como eran mayores y más astutos que él, no les costó mucho trabajo quedarse con las mejores tierras y los mejores animales, y dejaron al pastorcito un viejo buey y unas tierras pobres que producían muy poco.

Una tarde, agotado de tanto trabajar, se sentó junto al buey. Se sentía triste y solitario porque, aunque había logrado vivir razonablemente de su trabajo, no tenía a nadie con quien compartir sus días, excepto su fiel compañero, el buey.

De pronto, el viejo buey comenzó a hablar y le dijo:

-Por favor, amigo, no estés tan triste, porque yo te puedo ayudar a que te sientas mejor.-

El pastorcito, se quedó mudo del asombro al ver que el buey podía hablar.

-Pero... ¿Quién eres tu?- le preguntó.

-Yo soy una estrella y en realidad pertenezco al Cielo- le explicó el animal, -me enviaron a la Tierra como castigo, pero tú has sido un buen amo y te ayudaré a buscar una esposa que te haga feliz.

No muy lejos de aquí hay un estanque rodeado de árboles y plantas. Ve mañana allí y espera a que las muchachas celestiales bajen a bañarse a sus aguas. Mientras se estén bañando, roba las vestiduras de una de ellas. Sin su vestido no podrá volar de regreso al Cielo. De ese modo, se convertirá en tu esposa.-

El pastorcito hizo lo que el buey le había dicho, y esperó junto al estanque.

Al cabo de un rato, un grupo de bellísimas muchachas descendió del Cielo. Las jóvenes se quitaron los trajes, que parecían plumas, y los dejaron en la orilla antes de entrar en el agua.

El joven pastor, salió de su escondite dando un brinco y tomó las ropas de una de ellas. Asustadas, las muchachas salieron del agua, se pusieron sus vestidos y partieron volando hacia el Cielo.

Sólo quedó una, y el pastorcito, acercándose al límite del estanque, le habló dulcemente y le suplicó que se casara con él. Sus tiernas palabras convencieron a la muchacha llegada del Cielo.

El pastorcito, se quitó la camisa, la cubrió y la llevó a su casa.

Una vez casados, la muchacha le contó al pastorcito que ella era una diosa tejedora..

 Su habilidad era tan grande que pronto se beneficiaron de su trabajo y pudieron llevar una vida muy confortable.

Eran muy, muy felices y tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Pero Dios no dejaba de lamentarse por la pérdida de su estrella tejedora y quiso volver a tenerla en el Cielo.

Cuando el gran Dios descubrió que estaba viviendo con el pastorcito, pensó que aquello era  demasiado, no podía ser... y envió a sus guardias a la Tierra para que se la llevasen por la fuerza a sus dominios celestiales.

El pastorcito y sus hijos, no pudieron hacer nada frente a los guardias, y vieron con lágrimas en los ojos cómo se la llevaban y desaparecían Cielo arriba. Pero... mientras ocurría esto, se oyó un mugido en el establo.

-Pastorcito- le dijo el buey, - Quiero hacerte un último favor. Me moriré aquí antes de ir al Cielo. En cuanto me haya muerto... quítame el pellejo, envuélvete en él y... encontrarás a tu esposa.-

Apenas hubo terminado de hablar, el buey cayó muerto. El pastorcito, tristísimo por haber perdido a su amigo y consejero, hizo cuanto él le había dicho.

Se envolvió en la piel y se puso un palo en los hombros que sostenía un cesto a cada lado. Colocó en uno a su hijo y en el otro a su hija, y para equilibrar el peso,  como la niña era más pequeña, metió también un cazo en su cesto. Una vez hecho esto, salió de su casa y se dio cuenta de que empezaba a volar por los aires, exactamente como había hecho su esposa.

Pronto vislumbró la imagen de la joven tejedora a lo lejos.

El gran Dios se alegró mucho al ver regresar a la muchacha, pero... palideció al ver que la seguía su esposo tan de cerca. Entonces, trazó con su mano una línea a través del Cielo.

La línea se convirtió en la Vía láctea y formó un amplio río que el pastorcito no pudo atravesar.

Éste se detuvo un momento, sin saber qué hacer, hasta que su hija le dijo:

-Papá, podemos vaciar el río con el cazo y así podremos atravesarlo y estar con mamá.-

El pastorcito se puso a trabajar y sus hijos le ayudaron, intentando recoger el agua con sus manos, pero... no conseguían vaciar el río.

Cuando Dios vio que el pastorcito y sus hijos persistían a pesar de lo difícil de la empresa, se conmovió, y decidió que marido y mujer se vieran una vez al año.

Así decretó que durante el séptimo mes, cada año, todas las urracas de la Tierra volarían al Cielo y harían un puente sobre el agua, de modo que, el pastorcito y sus hijos pudieran cruzarlo.

Y cada vez que la joven tejedora se encontraba con su amado esposo, se sentía tan, tan feliz, que a veces... lloraba, y aquella noche... la Tierra recibía una lluvia muy beneficiosa.

Entonces todas las madres de la Tierra decían a sus hijos:

-Pobre tejedora... ya está llorando otra vez.-

El pastorcito y la tejedora permanecieron tanto tiempo en el Cielo, que al final... se convirtieron en estrellas.

Cuando miramos al Cielo, a un lado de la Vía Láctea vemos una estrella brillante con dos estrellitas a su lado: son el pastorcito y sus dos hijos. Junto a la tejedora, hay otras tres estrellas, y se dice que son el bastón con el que el pastorcito guardaba su ganado y que sirvió para llevar a sus hijos.

Junto a éste hay otras cuatro estrellas, y se dice que pertenecen a la lanzadera de la tejedora. Se cuenta que, durante los muchos días y noches en que están separados, se envían mensajes por medio del bastón y la lanzadera por encima del río.

Mirando estas estrellas brillantes, todos los enamorados que no están juntos, recuerdan al pastorcito y la tejedora y cobran valor ante su ejemplar amor y felicidad.

       

Bonita y romántica leyenda...

En la noche estrellada, mira hacia el Cielo... busca entre las estrellas a los protagonistas de esta historia... Yo ya lo he hecho... Que tengas un feliz día. Mª Carmen